9
Los alaridos se escuchaban en su tono máximo a medida que se
acercaba al pantano. La aspereza de sus manos se confundía con la
granilla de las piedras y la grasosa casposidad del cabello no se
abstenía de infectarle de hongos la membrana, casi piel. Las uñas
largas y amarillas de los pies no hacían menos que recordar a las
raíces de las legumbres podridas. El olor a azufre era insoportable,
pero peor aún era el fuego que le quemaba el cuello y chamuscaba por
completo su piel, logrando que las ampollas explotasen una y otra
vez, manchándole el cuerpo de sangre y confundiéndolo con la carne.
Las gotas de sudor que le corrían por la frente y morían en su boca
repugnaban su gusto, que evocaba a miseria de plato de sobras de
vísceras de bestia salvaje. Aun así, presa del paroxismo y en el
límite de la cordura, siguió internándose por la cueva, buscando
el final. En un tramo el estrecho se hizo más pequeño y el sujeto
debió pasar arrastrándose. La luz al final del túnel se hacía
cada vez más intensa y deslumbraba sus ojos al borde de la ceguera,
obligándolo a aumentar el ritmo de sus desplazamientos, preso de su
desesperación por llegar. Los ojos no cesaban de lagrimear debido al
polvo y su nariz comenzó a gotear sangre. Podía sentir el ambiente
espeso por la falta de aire que se hacía cada vez más evidente, y
cuando el nudo llegó a su garganta abrió la boca con todas sus
fuerzas intentando aspirar un poco más de oxígeno. Pero fue en
vano. Todo lo que sintió fueron las partículas de tierra mezcladas
con diversas clases de insectos que en cantidades se introducían por
su boca. El ruido de una alarma comenzó a sonar. Bajó su mirada al
mismo tiempo que sus rodillas se desangraban y las sanguijuelas se
disputaban los trozos de su espalda. No sabía qué era lo que lo
impulsaba a seguir pero sin preguntárselo lo hacía. Hasta la luz
tenía que llegar.
Matthieu Phillippe se despertó transpirado y con dolor de cabeza. No
podía creer que estuviera soñando, todo parecía tan real. Había
tenido exactamente el mismo sueño una vez por semana durante todo el
último mes, pero esta vez era... Y la alarma del sueño seguía
sonando.
"¿Ya las 9?", pensó Matthieu. Sintió que se había acostado hacía tan sólo unos minutos. Tanteó en la mesita de luz el despertador con los ojos semiabiertos y bajó la tecla de un golpe.
Pero el sonido continuó. Alcanzó a distinguir la hora. Las 23:59.
"Cómo era posible?".
Observó el teléfono de pared. Entonces, saltó de la cama y se lanzó sobre él, atendiendo de un tirón.
–¿Matthieu Phillippe? –dijo una voz amable.
–Sí, él habla, ¿con quién tengo el gusto?
-Gracias a Dios, ya estaba a punto de cortar. Le pido disculpas por
llamarlo a estas horas, señor Phillippe. Pero creo que por la
gravedad de la noticia no podía esperar –replicó la voz.
Matthieu pensó por un momento en su anciana madre, para recordar al
instante que hacía poco tiempo había muerto.
-¿Quién habla y qué pasó? -disparó.
–Georg
Weinandt es mi nombre-. Lamento informarle que su amigo Antonio ha
muerto.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Matthieu.
–¿Quién?
–Su señoría, Antonio de las Mercedes, Valentín II.
Maravilloso apurate quiero disfrutarlo en papel !!!
ResponderEliminar