Salvatore se perdió un instante en sus recuerdos. En ellos un hombre maduro lo miraba fijo. Era alto y vestía de manera discreta e informal. Desorientado, Salvatore pensó en reaccionar. Pero titubeó un instante y luego ya era tarde.
-Prepárame algo fuerte con tequila –exclamó el sujeto que un instante antes le había pellizcado su trasero, colocando un billete de 100 euros sobre la mesa.
“Eso alcanza para bastante más que un trago”, pensó Salvatore, que ganaba lo mismo en varios días de trabajo.
-Lindo lugar, ¿trabajas aquí siempre? -dijo el hombre mientras fingía una sonrisa-. Nunca te había visto.
-Es mi segunda semana –respondió Salvatore tímidamente, mientras le echaba tres medidas de whisky y otras tres de jugo de sandía al tequila.
-Claro, había un muchachito muy simpático anteriormente, lo conocía -dijo amablemente-. ¿Y pagan bien?
-No, realmente no demasiado. Pero tengo otros dos trabajos, y necesito la plata ¿sabe? -dijo Salvatore-. Y todo suma -añadió.
“El dinero, el objeto más desagradecido que existe. Por él mentimos, robamos, matamos y nos esclavizamos. Él, a cambio, no nos permite siquiera llegar a fin de mes”.
-Sí, me imagino que necesitas el dinero, todos lo necesitamos. En esta sociedad si no
pagas nada es porque no estás vivo. La cuestión es… ¿qué es lo que uno está dispuesto a hacer por él? -dijo el hombre mirándolo fijo.
-Bueno, cuando uno lo necesita realmente como para subsistir, creo que eso es lo de menos –acotó Salvatore ingenuamente, mientras le colocaba dos cerezas al “Mad Summer”.
-Ah, ¿eso es lo de menos? –preguntó irónicamente el individuo.
-Sí –acotó Salvatore. Salvo que sea, no sé, cometer un delito, no se me ocurre que otra cosa podría dejar de hacer. Soy muy sacrificado y no le tengo aversión a los trabajos, señor.
“Mira qué interesante, haces cualquier cosa por dinero”, pensó el sujeto mientras le daba un sorbo al trago. “Me gustaría saber hasta dónde eres capaz de llegar, muchacho”.
-Y dime, nunca había venido a este lugar un domingo, ¿siempre se llena así de gente-curioseó.
-No como un viernes, pero sí, igual vienen muchas señoritas -respondió Salvatore-.
“Mujeres. Imperfectas. Inferiores”, pensó el sujeto, mientras dejaban de sonar las “cortinas”, pequeñas piezas de música ligera que se usaban generalmente para separar las tandas de tres o cuatro temas. Parecía que comenzaba la temática de tangos clásicos, iniciada por “La cumparsita”.
-Ah mira… y de hombres también me imagino que se llena ¿no? -dijo el sujeto a la vez que guiñaba un ojo-. Bueno, muchacho, me iré a dar una vuelta, no quiero que venga tu novia y piense que le estoy robando tiempo –masculló.
-No, quédese tranquilo, no tengo novia.
-¿No? –dijo mientras se acomodaba de nuevo en la barra
-Qué raro, bueno, me imagino que debe ser más divertido en cantidad que una sola -acotó.
Salvatore sonrió, nervioso, mientras buscaba el vuelto.
-Ni varias ni una sola. No he salido con chicas aún –dijo por lo bajo.
El sujeto sintió la excitación que crecía por dentro.
-Aquí tiene su vuelto, señor –dijo Salvatore.
-Oh no, quédatelo, quédatelo.
La cara de Salvatore se iluminó.
-Es mucho dinero, señor, no puedo aceptarlo.
-No, ¡qué más da! –dijo el hombre moviendo las manos-. Ha sido muy interesante la charla contigo y el dinero no es problema para mí –se levantó de su asiento-. Sabes, tengo varias empresas aquí en Roma, y estoy buscando un administrador para una de ellas. Pareces un muchacho inteligente… –bajó el tono de voz- …eres bien parecido y quizás podrías…
Salvatore experimentó la adrenalina corriendo por su cuerpo. “¿Yo manejando una empresa?” Eso parecía delicado. Hacía muchos años que no tocaba un libro financiero o contable, exactamente desde los exámenes…
-…Pero claro, solamente me pareció por un instante, quizás no tengas las agallas para hacerlo…-dijo el sujeto mientras dejaba el vaso en la mesa-. Disculpa, haz de cuenta que no te dije nada.
Salvatore sintió como otra buena oportunidad se le escapaba de las manos. Ya había dejado pasar muchas en su vida.
-No espere, nunca dije que no –se apresuró a decir–. Desde que terminé el bachiller -mintió- que no repaso un libro, y he tenido algunos problemas familiares…-vaciló un instante- pero si me da una oportunidad… -sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas- le aseguro que no la dejaré escapar. Tendrá el mayor esfuerzo y la mayor atención que alguien le pueda dar, se lo aseguro.
Salvatore vio como el sujeto dudaba. Una gota de transpiración corrió por el rostro del joven, más por los nervios que por el calor reinante en el bar. Sabía que la respuesta podía cambiarle el futuro, hasta quizás la vida. No se equivocaba.
-Mmm... Es que... ¿sabes una cosa? Mañana debo viajar a primera hora. Hasta la próxima semana no volveré a Roma y mi secretaria personal no se encuentra aquí y lo cierto es que ya había un par de candidatos para el puesto y pensaba quedarme con alguno de ellos, no tengo más tiempo para seguir realizando procesos de selección –abrió las palmas de sus manos-, tú sabes, cuando los tiempos apremian… -en ese momento lanzó una mirada rápida sobre Salvatore, del que había conseguido por completo su atención. Al costado de la barra, desde hace rato una joven esperaba que la atendieran. Observó sus prominentes pechos que intentaban salirse por un escote. Le repugnó. En contraposición, le echó una rápida mirada a los brazos de Salvatore. Se veían fuertes, marcados.
Salvatore sintió que otra oportunidad se le escabullía. A su derecha una rubia muy bonita de generosas curvas intentaba llamar su atención, pero a él no le importaba. Este sujeto parecía poderoso y poseía un magnetismo que le había llamado imperiosamente la atención. Medía cuidadosamente sus palabras y hablaba pausado, con una sensación de paz y serenidad, pero siempre dando muestras de convencimiento. Debía jugarse una última carta.
-Disculpe señor, sé que lo que le voy a decir le va a sonar insólito, pero en la vida hay veces que uno tiene oportunidades que no debe dejar pasar y creo que esta es una de esas –pegó su cuerpo lo más que pudo sobre la barra-. Con gusto hablaría toda la noche con usted, pero debo seguir trabajando –hizo un pequeño ademán hacia donde estaba esperando la muchacha- pero… ¿Le sería muy extraño si le pidiera por favor que le realice una entrevista de trabajo a un joven en un horario excepcional? –mostró su mejor sonrisa–. Digamos, ¿cuando salga de aquí? -Salvatore cruzó los dedos-. Le aseguro que no se arrepentirá.
El sujeto sintió el dulce sabor del éxito en su cuerpo. Lo tenía en sus manos. El muchacho había mordido el anzuelo.
-Bueno, no te voy a negar que sería la entrevista que más tarde haya realizado jamás en mi vida, o la más temprano, según cómo lo mires –sonrió, mientras se relamía por dentro–. Pero me gusta tu valor, muchacho. Haré una excepción, ¿a qué hora sales de este lugar? –acotó, mientras se preparaba cual puma a saltar sobre un alce–. Era la presa perfecta. Salvatore respiró.
-A las 4:00 de la mañana cierro. Debo limpiar un poco, rendir la caja y… en 30 minutos puedo estar afuera.
-Perfecto, te espero en el bar del hotel donde me alojo, se encuentra a unos veinte minutos de aquí. Trata de no llegar muy tarde, a las seis debo partir –dijo a la vez que le entregaba una tarjeta.
La cara de Salvatore se iluminó. Sintió una intensa alegría.
-Gracias señor, le agradezco esta oportunidad. Le aseguro que haré todo lo posible para satisfacerlo –dijo, mientras metía la tarjeta en el bolsillo de su campera.
“Ya lo creo que lo harás”, pensó el sujeto, mientras se retiraba de la barra.
A las tres y media de la mañana, Salvatore comenzó a guardar las botellas de licor. A esa hora ya nadie haría un pedido. Acomodó los pocillos con pochoclo y las servilletas. Pasó un trapo por el piso. Luego guardó los vinos, acomodó las botellas de cerveza vacías y lavó algunas copas. Estaba extenuado, la noche había sido agitada. Mucha gente, muchos tragos. Había estado de aquí para allá todo el tiempo y le pesaban las piernas, le dolía la cabeza. Terminó de hacer la caja, saludó a un par de muchachos de seguridad y salió a la calle. Miró su reloj de pulsera. Marcaba las 4:20. Se metió la mano en su campera. Revolvió dentro de un bolsillo. Luego en el otro.
“¿Dónde la había metido?”. Entonces buscó en sus jeans. Adelante, detrás. Nada. Revisó en su bolso.
“No puede ser, estoy seguro que la he guardado”.
El dolor en su cabeza se hizo más punzante. Lo único que deseaba era echar su cuerpo sobre una cama. Pensó en irse a su casa.
“Vamos Salvatore, haz un intento”, se dijo. Entró en la discoteca, regresó a la barra. Tenía que estar por allí, estaba seguro que la había metido en algún lugar. Ahora sólo podía buscar la tarjeta. “Mi futuro”, pensó. Buscó en la caja fuerte, buscó en el depósito de bebidas. Nada. Sacó todas las botellas de licor de su lugar y observó si no se había quedado pegada en su fondo. Buscó en el piso, hurgó en la basura. La tarjeta había desaparecido. Salvatore no había memorizado la dirección. Con los nervios, la había guardado sin observarla siquiera. “Maldición”, pensó. “Bueno, no será la primera vez que se me escabullen las oportunidades”, se consoló. Desanimado, se colgó el bolso sobre su hombro y cruzó la pista “Momotombo” hacia la salida por la Vía del Comercio, cuando escuchó un grito. Un sujeto de limpieza que echaba un balde de agua en el suelo le rugió en el oído. Sintió que su cabeza estallaba.
-Muchacho, ¿buscabas algo? Porque he encontrado esto cerca de tu barra. Lo guardé pensando que quizás era tuyo -dijo el sujeto mientras extendía su mano-.
Jamás alguien se puso más contento de ver un pequeño rectángulo de cartón.
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