viernes

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Patrick se cerró su chaqueta camuflada y se apostó detrás de un árbol. Miró la hora en su preciso cronógrafo Breitling Bentley de 6.000 dólares, una condecoración de guerra. Eran las 00:09:45. Habían transcurrido casi diez minutos desde la medianoche y había estado persiguiendo al sujeto todo el día. Se recordaba descansando hace tan sólo veinticuatro horas, en otro país, en otro continente. Pero una llamada había alterado completamente su tranquila rutina semanal. Estaba en su casa almorzando como todos los martes con Jeff, que había llegado con una buena noticia: había conseguido dos plateas para ver el domingo a los Nicks en el debut de la temporada regular en casa, contra los Timberwolves. Mientras, distendido, terminaba de rostizar el pollo y charlaba con Jeffy acerca de las altas y bajas del plantel, sonó su móvil. Eso lo paralizó. Tenía dos teléfonos móviles. Uno era para los amigos. El otro no. Del segundo nadie sabía siquiera su existencia, exceptuando, claro está, sus superiores. Hacía meses que no había vuelto a hablar con ellos, más precisamente desde el último trabajo, hace un par de años. Desde ese entonces, se había prometido no volver a trabajar más. Tenía lo necesario para vivir dignamente por el fin de sus días. Desde entonces, su vida había cambiado drásticamente. No más muertes, no más asesinatos, no más sangre. No más culpa. La voz que escuchó del otro lado de la línea le era conocida. Demasiado.

Patrick, ¿cómo estás después de tanto tiempo? En qué has andado, no hemos sabido nada de ti.

Robert, me extraña tu llamada. Pensé que tenías una secretaria a la cual poder encargarle cosas.
Sí, claro que sí. Pero en asuntos de vital importancia, es bueno ocuparse uno mismo, ¿no?
“¿De vital importancia? Conozco esa frase”, pensó Patrick.
Bueno, Patrick, no te quedes callado, ¿no me vas a felicitar? Creo que al cargo en el que estoy no llega cualquiera, ¿no?
Sí Robert, claro, felicitaciones, siempre supe que ibas a llegar bien alto.
“Siempre supe que eras un trepador de primera línea”.
Gracias, ¿y cómo te trata a ti la vida? Me imagino que te estarás aburriendo como siempre cazando búfalos o yendo a insípidos torneos de tiro.

No lo creas, se siente mejor matar a un búfalo o pegarle a un blanco de cartón que a un ser humano –dijo Patrick secamente.
Ja, ja, no sigas que voy a llorar. Escúchame, tengo un trabajo para ti.
“¿Trabajo? Sabía que había dejado eso de manera terminante”.
Robert, te agradezco que hayas pensado en mí, pero sabes que me he alejado de todo eso hace tiempo.
Vamos “Pat”, no te hagas rogar.

“Pat” me dicen mis amigos, no tú”, pensó Patrick.

Creí que te había quedado bien claro que el de hace dos años fue mi último trabajo –respondió.

“Aún podía recordarlo todo. Los disparos, los sollozos de las niñas, los gritos de las mujeres, los trozos de cuerpo volando por el aire, la sangre manchándolo”.
Además, tienes a cientos que con gusto cumplirían con tu encargo.

Sí, cientos sí, pero ninguno como tú se apresuró a responder Robert. Es un trabajo de mucha importancia y necesitamos a nuestro mejor hombre.
Bueno, sepan que su mejor hombre está retirado sentenció Patrick.

¡Patrick Kearney! Robert alzó la voz. No te puedes negar.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
“¿No me puedo negar?” “¿Qué asunto pensaban desenterrarle ahora?”

Sabes que estoy completamente limpio, mis infracciones han prescrito hace mucho tiempo ya.
Tranquilo, Pat, nadie piensa acusarte de nada, claro que estás limpio su tono parecía distenderse-. Pero, vamos, naciste para esto y lo llevas en la sangre, sabes que por más que te alejes forma parte de tu naturaleza.
“¿Naciste para eso? ¿Forma parte de tu naturaleza? No, Robert estaba equivocado. El ejército de su país lo había entrenado y lo había convertido en una perfecta máquina para asesinar. Pero... ¿Qué lleva a una persona a cometer un crimen? Un momento de locura, un segundo de vértigo, un instante de codicia. Sin embargo no existía nada que estuviera en sus genes que no pudiera controlar”.
Lamento decirte que sí, Robert, que forma parte de mi pasado y realmente me ha costado, pero lo he dejado atrás dijo Patrick.
Es una suma a la cual no te vas a poder negar insistió Robert.

Ya no me interesa el dinero. Adiós.

Al menos déjame decirte la cifra.

Cuando Patrick escuchó el monto, sintió un mareo. No tenía ahorrado siquiera una décima parte de esa cifra. Pensó en múltiples posibilidades y cómo cambiaría radicalmente su vida. Fue un instante.
Cuatro horas más tarde se encontraba en el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy tomando el vuelo 7612 de American Airlines operado por Iberia. Cuando vio el avión que lo llevaría directo a Madrid, un desagradable gusto recorrió por su boca. Era el Airbus 340, el avión comercial más grande del mundo, de ochenta metros de largo. Sólo era superado por el Antonov An-225, utilizado exclusivamente para vuelos militares. El avión había sido contratado por el gobierno estadounidense para transportar equipo militar a Oriente Medio. Y Patrick había estado en él.  

1 comentario:

  1. Quedó impecable Dieguín!!! Esta es otra forma de que la gente te conozca y sepa del libro. Los primeros capítulos me encantan, hacen que el lector quiera saber más de tu historia!! Se nota todo el trabajo previo de investigación y documentación. Felicitaciones!!! Vamo arriba!

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