viernes

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     La noticia parecía una broma de mal gusto. Matthieu aún recordaba la ceremonia de consagración hace poco más de un mes, con la “fumata blanca” saliendo de la pared lateral de la Capilla Sixtina mientras se repetían las imágenes de transmisión en todos los canales del mundo.

–Mire, si esto es mentira, le aseguro que lo lamentará mucho. Aquí seguro tienen un identificador  y....  

–Claro que lo lamento mucho –interrumpió la voz-. Me encantaría estar bromeando –en ese momento su voz se hizo más débil y le costó seguir hablando–, pero lamentablemente encontraron su cuerpo inerte hace poco más de una hora.  

Matthieu Phillips se dio cuenta de que aquello no era ningún chiste. Su cabeza se reaco- modó. Georg Weinandt era un reconocido sacerdote alemán. Había sido designado por Antonio de las Mercedes como su secretario personal desde su asunción como Sumo Pontífice.

"¿Pero qué le sucedió? ¿Hace cuánto que pasó?".  Las preguntas se agolparon en la mente de Matthieu sin poder llegar a intuirlas siquiera.   

-Sé que es duro, hay cosas difíciles de asimilar –dijo la voz seriamente. El plan de Dios suele ser incomprensible para nosotros –agregó-. Pero no le puedo contar detalles por aquí. Tiene que venir ahora mismo al Vaticano. Un avión de línea privada lo estará esperando en menos de una hora en el aeropuerto de Matacán, en Salamanca. Como teólogo y amigo personal de Anto- nio que usted era, quizá podría ayudar a descifrar su muerte. 

“¿Descifrar su muerte?” 

-¿Descifrar su muerte? Pero… ¿No falleció por causas naturales? ¿Tenía alguna enfermedad? –Matthieu seguía sin entender.  

-Se están realizando los procedimientos en torno a su cuerpo en este momento. Pero hay… -la voz del secretario se desaceleró, como midiendo sus palabras- …Hay cosas que no terminan de encajar. Necesitamos alguien de extrema confianza. 

“Son El Vaticano, pueden pedirle ayuda al Servicio de Inteligencia Italiano y quieren que yo los ayude a descifrar su muerte”.  

-Sinceramente, señor, no sé en qué puedo servir de ayuda –dijo Matthieu. 

–Está bien, no puedo obligarlo –dijo secamente la voz–. Me imagino el momento que debe estar pasando. Sólo pensé que usted podría ayudarnos, perdone entonces si lo…  

–No dije que no tampoco –interrumpió Matthieu-. Dígame cuál es el número de avión y en qué salida lo espero. 

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