En la sala principal del edificio de oficinas más grande del mundo, un teléfono sobre un escritorio sonó. Pero el que debía atenderlo no estaba allí. Del otro lado de la línea, a miles de kilómetros, alguien refunfuñó. Demasiado dinero había invertido en el asunto como para que se echase a perder.
A pocos metros del teléfono que sonaba se encontraba Patty, la secretaría del número uno del departamento. Patty era joven y extremadamente bella, una combinación que podía ser letal para ascender en los cargos en cualquier trabajo de cualquier parte del mundo, más aún en burocracias estatales.
“¿Dónde se encuentra que no contesta?", pensó mientras lo llamaba por el interno. Por más que era su secretaria privada, tenía terminantemente prohibido entrar a la sala principal sin autorización de su jefe. Y si intentase entrar, tampoco podría. Un complejo sistema digital compuesto por láser e identificación por retina daría aviso al sistema de seguridad central, que en tres segundos, si no en menos, estaría apuntando directamente a todo su cuerpo.
El teléfono dejó de sonar. Por el sonido del timbre era evidente que no se trataba de un número de línea, sino de un teléfono móvil. Lo raro era que se lo hubiera dejado olvidado. Llevaba ese lujoso chiche a todos lados con él, hasta cuando iba al baño. Alguien respondió en el interno.
-Sala de conferencias, ¿diga?
-Habla Patty Jefferson, ¿se encuentra Robert allí?
-Sí, está en una reunión privada.
-Dígale que es una urgencia.
Patty había aprendido en el poco tiempo que llevaba trabajando allí que era mejor pecar por insistente o fastidiosa que por moderada. Su trabajo era un debatirse constantemente sobre qué cosas consultar con su jefe y cuáles resolverlas sola, intentando adivinar los criterios de su superior. Como siempre, no podía evitar el reto de Robert con contestaciones del tipo “¿Me molestas para eso?”, cuando creía que eran cosas por las cuales valía la pena importunarlo y en cambio, otras del estilo “Creo que podías haberme avisado antes de este tema” cuando eran cuestiones que ella creía que podía manejarlas fácilmente sin ayuda. Pero era parte del trabajo, y sabía que una llamada al celular para Robert era un tema clasificado como “urgente”, especialmente cuando el que llamaba lo hacía para organizar un partido de golf o para irse de juerga. Además, alguna que otra vez Robert le había advertido que en el extraño caso que se dejase olvidado el celular en algún lado y este sonara, le diera aviso rápidamente.
-Patty, me dijeron que era urgente, ¿qué ha pasado? –dijo por fin la voz de su jefe.
-Robert, disculpa que te moleste, está sonando tu teléfono móvil en tu escritorio y sé la importancia que le das siempre a él...
-¿Era para eso? Ni te imaginas a quién he dejado esperando para venir a atenderte. Mi teléfono móvil puede esperar.
-Pero Robert, me has dicho que…
¡CLIC!
“Estúpido engreído. Bien que cuando vengo con un escote siempre tienes tiempo para hacerte el simpático”, pensó Patty.
***
Del otro lado Robert se apresuró a regresar al recinto principal.
“¿Será posible que no pueda distinguir entre un asunto urgente y uno de relativa importancia? Pensé que además de por bonita había llegado a ese puesto porque era un poco inteligente, Dios”
Robert dio dos pasos largos y cuando estaba a punto de volver a la sala recordó.
“El celular”. “¿Es que acaso Patrick se había echado atrás?”, pensó.
Eso no era posible. Un trato era un trato. La paga era grande y Patrick sabía además que en caso de arrepentirse, Robert contaba con técnicas de persuasión bastante más delicadas…
“¿O es que el que llamó pudo haber sido…?”
Sin pensarlo dos veces, dio media vuelta y comenzó a correr hacia su despacho.
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